“No quiero un ejército de soldados, sino de educadores”
En el Día de la Abolición del Ejército la rectora de la Universidad Fidélitas, Emilia Gazel, reflexiona sobre esta decisión que ha hecho de Costa Rica un país único en todo el mundo
Por: M.Sc. Emilia Gazel Leiton
Rectora Universidad Fidélitas
“No quiero un ejército de soldados, sino de educadores”.
Esa es la declaración de paz más contundente con la que la Junta Fundadora de la Segunda República, anunció aquel 1.° de diciembre de 1948, la abolición del ejército en Costa Rica, por medio del General José María Figueres Ferrer, presidente interino de entonces.
Se trató de una de las más grandes decisiones históricas que puso a Costa Rica como un ejemplo de civilismo en un escaparate internacional.
A partir de entonces, somos varias las generaciones que hemos nacido en un país sin ejército y esto es un gran alivio para millones de familias que saben que el seno familiar nunca será quebrantado por la ingratitud de un servicio militar obligatorio o la incertidumbre y el dolor que provoca una guerra, cuyas consecuencias siempre son trágicas.
Admiración
Bien lo afirmó el político japonés Ryoichi Sasakawa cuando de visita en nuestro país dijo: “Dichosa la madre costarricense que sabe que su hijo al nacer jamás será soldado”.
Una contundente afirmación que me pone a reflexionar muchísimo cada vez que la leo y a pensar en lo valiosísima que es para nuestras familias esta certeza, pues en otras naciones, miles de jóvenes fallecen en muchas guerras sin sentido.
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Y es que gracias a esta trascendental decisión de 1948, que transformó aquel cuartel en lo que hoy es el Museo Nacional, provocó, en el corto plazo, que el presupuesto que se dedicaba a las fuerzas armadas pronto se convirtiera en una inversión en desarrollo humano, pues se destinó a la educación, la salud, la cultura y la infraestructura, con lo cual, también somos un referente para otros países.
Tal y como lo han señalado los expertos que llevaron a cabo un estudio donde analizaron el impacto económico de la abolición del ejército, hubo de inmediato un crecimiento en el PIB en nuestro país.
Y es que orgullosamente sin ejército, hemos logrado cimentar una idiosincrasia de paz y estabilidad política envidiable, a pesar de que a nuestro alrededor se han producido, durante décadas, muchísimos derrocamientos o intentos de golpes de estado y una sostenida violencia política, civil, religiosa y étnica, de la cual nos hemos logrado mantener al margen.
Ser costarricense
Es una dicha que en Costa Rica nos hemos caracterizado por dialogar y resolver los conflictos en un ambiente de paz y, eso, debemos celebrarlo en grande y defenderlo a capa y espada.
Tenemos la potestad de elegir libremente a nuestro presidente y la gran dicha de poder compartir y discutir sanamente con nuestros contendores en política, sin el riesgo de que nos encarcelen por opinar diferente, pues en el seno de las familias también se admite la diversidad ideológica.
Este ambiente pacífico, que se gestó al abolir el ejército, permitió que se instalaran en nuestro país entidades tan importantes como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la Universidad para la Paz, así como muchas empresas multinacionales que buscan la estabilidad política y mano de obra preparada para asentarse.
Gracias a la inversión en educación es que hemos logrado conformar ese ejército de maestros y profesores con los que se ha logrado una tasa de alfabetización del 97,86%.
Gracias también a la visión de aquellos próceres contamos con un sistema social de salud solidario que es envidiable y que también ha permitido el bienestar de la población y una expectativa de vida muy alta.
Orgullo
Debemos sentirnos muy orgullosos de ver a nuestro ejército de estudiantes y maestros desfilando cada año para conmemorar nuestra Independencia.
Como docente de carrera y rectora de una gran universidad como Fidélitas, me siento muy orgullosa de haber nacido en este país y me alegra saber que miles de jóvenes pueden elegir libremente qué estudiar en un ambiente muy lejano a las balas y uniformes militares.
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Debemos velar porque nuestros niños y jóvenes de hoy y mañana sigan teniendo este derecho a la formación ciudadana y a la educación, pues son la mejor manera de reforzar nuestra cultura de paz.
Sin embargo, debemos exigir que sea una formación de calidad, una educación que responda a las necesidades del presente y el futuro, donde se modernice la enseñanza-aprendizaje estimulando en ellos el pensamiento crítico, la resolución de problemas, las habilidades de socialización y trabajo en equipo que nos enrumben a seguir siendo un ejemplo para el mundo.